Carlos Verona escribe su página más bella en los gigantes alpinos del Dauphiné

El sanlorentino logra su primera victoria en 12 años de profesional con una memorable actuación en la etapa reina de la ronda francesa, marcada por las míticas subidas al Galibier y a la Croix de Fer, y el durísimo final en la Montée de Vaujany, donde soltó al francés Kenny Elissonde para terminar imponiéndose en solitario por delante de dos grandes favoritos a ganar el Tour de Francia: Primoz Roglic y Jonas Wingegaard.

“He disfrutado los últimos 200 metros como nunca”. 12 años de ciclista profesional y Carlos Verona nunca había entrado en las vallas en punta de carrera, allá donde los carteles de la cuenta atrás a la pancarta de meta van de 50 en 50 metros, una agonía. Hasta este 11 de junio que ya está en el santoral del deporte serrano, cuando el sanlorentino de 29 años cantó victoria en Vaujany, séptima etapa del Critérium del Dauphiné, antigua Dauphiné Liberé, conteniendo la embestida de Primoz Roglic, el nuevo líder que sale de una jornada bestial, con el Galibier y sus 2.642 metros de altitud de salida, con la Croix de Fer, más de 60 kilómetros de escalada entre los dos hacia los cielos de los Alpes, y con la pared final de Vaujany, la Montée que nunca olvidará el ciclista de San Lorenzo, pues allí ha levantado los brazos por primera vez desde que era el mejor juvenil de España, aquel adolescente espigado que reclutó Julio Izquierdo para el Burgos BH, y que antes, en la Peña Hijos de Víctor Gil de Collado Villalba, había hecho saltar la banca con una victoria a lo Eddy Merckx en la Vuelta a la Sierra Norte.

Ya lo merecía, tantos años como ha estado al servicio de Bob Jungels, de Kwiatkowski, Allaphilippe, Esteban Chaves o los hermanos Yates; de Nairo Quintana y su admirado Alejandro Valverde, ahora de Enric Mas. Vaujany ha sido el gran premio, la recompensa a toda una vida de abnegado trabajo en favor de los líderes, y ha hecho justicia a lo que pudo ser y no fue en la Camperona, o en el Balcón de Alicante, cuando Storer le dejó con la miel en los labios y lo relegó al segundo puesto; o en Cercedilla, en aquella gran etapa serrana que vio el hundimiento de Tom Dumoulin en La Morcuera y a Verona hacer sexto ante su parroquia, después de salir de su San Lorenzo natal saludado con una gran pancarta en su colegio y andar todo el día en fuga… O en Loudenville, donde casi gana una gran etapa pirenaica en el Tour de Francia. “Como siempre dije, ganar no era algo que me quitara el sueño, ya que la virtud de mi trabajo, y lo que me ha llevado a convertirme en el ciclista que soy, no han sido ni serán las victorias, pero disfrutar de un momento así, la verdad es que ha corroborado que estoy en el camino correcto, porque al final lo que buscas con el trabajo es ser cada vez un corredor más completo, más fiable y poder estar ahí siempre que el equipo lo necesite”, escribió tras la gesta, sin perder su vena comedida y analítica.

“Iba en un nivel de agonía increíble. Tenía a Patxi Vila detrás dándome ánimos y referencias. He disfrutado los últimos 200 metros como nunca. Va por mi mujer e hijos y por el equipo. No está siendo un año fácil y nos la merecemos”

El mejor de una gran escapada

Carlos Verona logró una victoria que necesitaban tanto él como el Movistar, en una carrera que llevaban torcida: primero por el abandono de Imanol Erviti, tras chocar contra el coche del Lotto, y después por la caída de Enric Mas, magullado tras caerse a toda velocidad en un descenso. También por el pinchazo del propio Verona en la contrarreloj, cuando se disponía a doblar a Alexis Vuillermoz y volaba hacia su mejor actuación en la especialidad. Con Mas obligado a un ejercicio de supervivencia en los Alpes, Verona tuvo libertad para moverse en el terreno que maneja, el de las etapas al límite, con escaladas largas, a gran altitud, de las que castigan hasta romper la carrera sin necesidad de grandes ataques. Verona dejó que el Galibier y sus 30 interminables kilómetros hicieran efecto, sin importar que el coloso no se subiera por su terrible collado Norte, el del Télégraphe, sino por la vertiente del Lautaret. Dio igual: el gigante se subió a ritmo exigente, para cribar y abonar el terreno para la caída del líder, Wout Van Aert.

Gran trabajo de Mühlberger

Completada la bajada hasta el Télégraphe, se formó la escapada de 18 corredores en la que se filtró Verona con su compañero, Gregor Mühlberger, y también Luis León Sánchez o los peligrosos franceses, Pierre Rolland y Kenny Elissonde, enemigos de cuidado en una fuga así. El grupo empezó a subir la interminable Croix de Fer con una ventaja superior a los tres minutos, aprovechando que el Jumbo Visma de Primoz Roglic todavía no había metido la quinta marcha. Verona, inteligente, sin mostrarse más de la cuenta, dejó que el coloso alpino fuese minando al personal, desmigando la avanzadilla hasta reducirla a un duelo entre los dos Movistar y los franceses. Rolland, todo un ganador en Alpe d’Huez, jugó a apuntalar su reinado de la montaña entre acelerones, incitaciones a relevar, escaqueos… Como Elissonde. Carlos Verona no entró en el juego, concentrado como estaba en su ritmo, en “no dejar que ningún pensamiento negativo se apoderara de mí”, como diría luego. Mühlberger fue quien hizo el trabajo de zapa de manera admirable, saliendo a los ataques, marcando el ritmo más conveniente para la pareja del Movistar. En esa batalla táctica, Rolland y Verona coronaron la Croix de Fer unos metros por delante de Elissonde y el austríaco, que rechazó una y otra vez los requerimientos del francés para que le ayudara a cerrar el hueco.

Verona tensó la cuerda en el descenso que lleva al primer escalón de la Croix de Fer, donde la presa, el Barrage de Verney. Mas no pudo dejar a una lapa como era Elissonde, mientras por detrás el coloso del valle de Isère se cobraba un reguero de víctimas, entre ellos el magullado Enric Mas, y el líder, Wout Van Aert. Con Mühlberger haciendo de secante por detrás, Verona se trabajó con maestría el mano a mano con Elissonde, siempre preocupado de beber, de echar el ojo a los watios para regularse, de no dar pasos en falso. Vio su momento a pie de la Montée de Vaujany, la pared final con picos de hasta el 12%, con dos kilómetros extenuantes al 10% de media, y jugó su carta a lo campeón: atacó en las primeras rampas con un ritmo sostenido, sin alardes, y Elissonde se fue soltando. Primero cinco metros, luego diez, luego… Verona hizo la maniobra en el momento justo, cuando el Jumbo despegaba con Vingegaard y Roglic al mando de las operaciones, ya a sólo minuto y medio de la punta. El sanlorentino empezó a hacer camino con su cadencia atrancada, con un par de piñones guardados y un avance por pedalada de otros tiempos, de cuando no había molinillo y los puertos se subían a puro riñón.

Verona escala al puesto 19º de la General, a 4:52 minutos del nuevo líder, Primoz Roglic, antes de afrontar este domingo la etapa final, otra durísima travesía por los Alpes con las subidas de primera categoría a Plainpalais y la Colombière, y el final en el Plateau de Salaison, de categoría especial

Con esa planta empezó a descontarle metros a la pared, mientras Roglic soltaba su descomunal hachazo para ir en su busca. Desencadenado y voraz, el esloveno fue engullendo todo lo que tenía por delante hasta situarse a 20 segundos de Verona, en lo que pareció una reedición de aquella persecución de Lucho Herrera a Perico Delgado bajo la niebla de Luz Ardiden, en el Tour de 1985. Como entonces, el español, el sanlorentino, resistió: alcanzó los 500 metros de descanso del puerto con una ventaja decisiva, apretó los dientes para sostenerse en sus límites de esfuerzo y remató la victoria por 13 segundos, pensando ya en su mujer, Esther, y en los pequeños Leo, Berta y Nina, en los 12 años de esfuerzos hasta alcanzar la meta el primero, en el Movistar y en quienes siempre creyeron que un día así era posible. 11 de junio de 2022, el día que Verona ganó en Vaujany la séptima etapa del Critérium del Dauphiné, la carrera del Delfinado, la que han ganado los cuatro pentacampeones del Tour de Francia, 75 años de historia a iniciativa del periódico Le Dauphiné Liberé. Tenía que ser así en la carrera de Carlos Verona, después de tantos Veronablog escritos sobre victorias de otros y trabajos propios fuera de plano. El redactor al fin pudo escribir sobre su página más bella.

Última etapa        

Carlos Verona afrontará este domingo la octava y última etapa del Dauphiné desde la 19ª posición de la General, a 4:52 minutos del nuevo líder, Primoz Roglic. El sanlorentino buscará asaltar el top-10 en una durísima jornada final que se presta a grandes diferencias, con casi 4.000 metros de desnivel. La etapa arrancará de Saint-Alban Leys y recorrerá 138,8 kilómetros, en los que se ascenderán el col de Plainpalais y el mítico col de la Colombière, ambos de primera categoría, antes de terminar en el durísimo Plateau de Salaison, de categoría especial, con 11,4 kilómetros de ascensión al 8,9%.

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