La Vuelta a España esquiva el caos en Cercedilla y Becerril para el brillante remate de Vingegaard en la Bola del Mundo
Y Jonas Vingegaard reinó en la Bola del Mundo para ganar virtualmente su primera Vuelta a España, enseñando al fin parte del repertorio que le hizo ser el mejor escalador del mundo, antes de que Tadej Pogacar tomara el traje de extraterrestre. El danés impuso su ley en las rampas hormigonadas de Guarramillas y desactivó de manera definitiva la amenaza de uno de los delfines del esloveno, un Joao Almeida estelar, ganador en el Angliru, superior en la contrarreloj de Valladolid y, finalmente, superado por el golpe de pedal diferencial del jefe del Visma. Vingegaard aventajó en 22 segundos al portugués y conjuró los temores de la víspera, cuando le recordaron que tres líderes, Robert Millar, Isidro Nozal y Tom Dumoulin, fueron destronados en las rampas del Guadarrama.
El danés sentenció la carrera imponiéndose con autoridad a Joao Almeida en Guarramillas, en un final de etapa marcado por la ágil y acertada respuesta de la organización para eludir sobre la marcha el paso por Cercedilla, bloqueado por cientos de manifestantes propalestinos, y la habilidad de los ciclistas para sortear sin daños una sentada antes de la subida final
Protestas en Cercedilla y sentada en Becerril
También la Vuelta a España esquivó sus propias amenazas, la de las manifestaciones pro-Palestina, gracias a una jugada maestra de Javier Guillén desde el coche. Con la carrera lanzada hacia la subida final, bajando a casi 100 km/h el Puerto de Navacerrada, el director general recibió las imágenes de Irene Montero e Ione Belarra en la plaza de Cercedilla, al frente de cientos de manifestantes dispuestos a cortar el paso por la travesía, y ordenó sobre la marcha que la carrera eludiese el desvío y siguiese bajando el alto del Kilómetro 14 dirección Los Molinos. Recorte de otros 9 kilómetros a la Vuelta, sí, pero absolutamente necesario para evitar el caos.
La otra jugada maestra ya fue cosa de los propios ciclistas, en Becerril de la Sierra, a unos 17 kilómetros de meta: allí, decenas de manifestantes saltaron al paso de la escapada de Mikel Landa, Egan Bernal y Giulio Ciccone, y protagonizaron una sentada que el pelotón de favoritos, con el tren del UAE a todo trapo, eludió como pudo. Algunos ciclistas tuvieron que saltar las isletas del cruce, otros echaron pie a tierra mientras los efectivos de seguridad se afanaban por disolver el nuevo ataque frontal a la carrera.
Se escogieron dos puntos muy críticos para cumplir el boicot alentado por líderes políticos como el procurador de Podemos en las Cortes de Castilla y León, Pablo Fernández, o la propia Ione Belarra, líder de la formación morada: la carrera no debía llegar a Madrid, y anduvieron cerca de lograrlo, pues un accidente con ciclistas de por medio hubiese derivado en un plante de consecuencias impredecibles, según acordaron los corredores con su sindicato, de haberse dado el caso. Más arriba, a pie de la Bola, los otros manifestantes, con Ecologistas en Acción al frente, se quedaron sin foco ni eco en su intento de visibilizar el impacto medioambiental de la llegada de la Vuelta al corazón del Parque Nacional. Por portarse bien, apelando con escritos a las administraciones pertinentes en tiempo y forma. Sin duda, toda una invitación a la reflexión.
El sanlorentino Carlos Verona se filtró en la fuga de 37 corredores que protagonizó la jornada, pasó segundo por La Paradilla y el Alto del León, y lanzó sin éxito a Giulio Ciccone, absorbido en las primeras rampas de la Bola del Mundo junto a un excepcional Mikel Landa
Verona en acción
La etapa serrana partió de Robledo de Chavela a toda velocidad, con numerosos intentos de escapada que empezaron a tomar cuerpo en la subida a La Paradilla, con un grupo de 37 corredores en el que se filtró Carlos Verona, ávido por ser profeta en su tierra. El sanlorentino, acompañado de su jefe, Giulio Ciccone, fue uno de los grandes motores en el pulso que establecieron los fugados con el pelotón, tirado por el UAE. Coronó segundo por la pancarta de tercera categoría, pasó en cabeza por su pueblo de San Lorenzo, y de nuevo hizo segundo en el Alto del León, cuyas duras rampas, inéditas en la Vuelta en los últimos 15 años, estabilizaron la situación de carrera y mostraron a las claras que no habría licencia alguna por parte del UAE: la escapada jamás superó los dos minutos, muy poco teniendo en cuenta el final extremo, y pese al nivel de los fugados, entre ellos otra vez Bernal y Landa.
La escuadra emiratí utilizó todo su arsenal y, ya en las Siete Revueltas, Juan Ayuso volvió a reivindicar su papel de gregario de lujo poniendo la diferencia en el umbral del minuto. Los escapados fueron cayendo como fruta madura, Verona incluido, y los últimos supervivientes, Landa y Ciccone, chocaron de bruces con las paredes hormigonadas de Guarramillas. Nada más tomar la pista, alavés e italiano fueron absorbidos por Jay Vine, punta de lanza del tren de favoritos, con Almeida a rueda y Vingegaard expectante, escoltado por Sepp Kuss.
Fue entonces cuando entraron en escena las otras batallas, la del maillot blanco entre Pelizzari y Richitello, y la del tercer puesto del podio, entre Tom Pidcock y Jay Hindley. Este último cambió a 2,5 kilómetros de las antenas, y descubrió la extenuación de Almeida, que empezó a hacer la goma. A su rueda, Vingegaard se encontró ligero, apto para pasar a la acción: “No iba cómodo, pero tampoco al límite”, explicó después.
El danés, una vez que creyó llegada la distancia de seguridad para el ataque, a 1,2 kilómetros, cambió y se marchó hacia la gloria. Nadie pudo seguirle, y nadie, sólo él, pudo comprobar su sufrimiento final para coronar el coloso de las antenas. Apenas pudo levantar el brazo a la altura del costado para celebrar su tercera y definitiva victoria parcial en la Vuelta, dejando la enfermedad que lo lastró en la segunda semana y enseñando al fin el dorsal al UAE, una pesadilla con Pogacar al frente, y una bestia menos implacable sin el esloveno. Quién sabe si la Bola del Mundo será el punto de partida para ver cómo ese duelo estelar se vuelve a librar de igual a igual. La Sierra enseñó que puede ser posible.
Jaime Fresno